Sobre este blog...

Este es un espacio para los estudiantes de posgrado en derecho con la finalidad de poder intercambiar ideas y servir como plataforma para la obtención de materiales interesantes acerca de la filosofía del derecho.

martes, 23 de febrero de 2010

Antigua Alianza y Nueva Alianza

1. La Alianza no era un contrato legal, de tipo jurídico, que pudiera rescindirse­; si ése hubiera sido su sentido, todo el libro de Oseas sería totalmente inútil. La Alianza era una relación viva, una situación concreta, en cuyo interior había vida, desarrollo y creación, como en la relación entre dos personas. Sólo en ese sentido es que se puede hablar de una “nueva” Alianza.

La antigua Alianza, es verdad, aparece en la Biblia como una alianza condicionada, como si se dijera­: Dios nos ama mientras seamos buenos o para que seamos buenos.

La “nueva” Alianza se manifiesta siempre como incondicional, como si se dijera­: Dios no nos ama porque nosotros seamos buenos o para que nosotros seamos buenos, sino porque El es bueno, sino porque El es amor.

Por eso, en el capítulo primero del Evangelio (la “buena noticia”) según San Juan (versículo 17), se dice­: si Moisés nos trajo la Ley, Jesús nos ha traído la gracia, el regalo, el don.

La antigua Alianza se mantenía siendo demasiado exterior. La “nueva” exigirá una adhesión interior sin reservas (ver Jer. 31, 31-34­; Ez. 36, 25-28). La antigua Alianza era muy “nacional” o nacionalista­; la “nueva” es absolutamente universal (ver Is. 54, 1.10­; 55, 3-5­; Mt. 28, 19­; Apoc. 7,9).

El Nuevo Testamento, la “nueva” Alianza, coloca a Jesús en el lugar que, en la mentalidad judía, debía ocupar la Ley (corazón de la Alianza).

Por ejemplo, cuando Mateo hace decir a Jesús que en donde se reúnan dos o tres seguidores en su nombre, allí está El en medio de ellos (ver Mt. 18, 19-20) no quiere decir sino que Jesús es ahora lo que, antes de Jesús, era la Ley de Moisés, porque los rabinos decían que en donde dos o más pronunciaban juntos las palabras de la Ley de Moisés, la Shekinah (la sagrada presencia de Dios), estaba entre ellos.

Que Jesús ocupa ahora el lugar que antiguamente ocupaba la Ley de Moisés es lo que quieren decir frases como “Yo soy la luz”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (ver Jn. 1, 14­; 14, 6­; 12, 46)­; todo lo que los rabinos decían acerca de la Ley de Moisés es puesto en estos versículos en boca de Jesús acerca de sí mismo.

San Pablo llegará a decir, en esta misma línea, que si la Ley salvara o siguiera estando en vigencia Jesucristo sería totalmente inútil (ver toda la carta a los Gálatas).

Los Evangelios y las cartas de san Pablo quieren revelarnos que Jesús no quería enseñar una moral, ni siquiera si esa moral era la de la Ley, sino el valor de la misericordia, el valor del amor incondicional de Dios.

Pero ya en el Antiguo Testamento se cuestionaba el valor, para Dios, de la Ley o de la Alianza pactada con Israel­; eso es lo que aparece en el fondo del libro de Jonás.

En ese libro se cuestiona, de hecho, al dios que juzga, al dios que acaba manteniendo, contra la misericordia, la ortodoxia, en nombre del Dios que se siente padre de todos, en nombre del Dios que no cree en que la salvación es para “los suyos” o para los que respeten institucionalmente su Ley o su revelación.

El Dios que aparece en el libro de Jonás es el Dios de quienes no tienen sino a Dios para apoyarse, para salvarse, de los que no tienen sino la misericordia de Dios como derecho para entrar en el Reino de Dios que, al fin y al cabo, es el Reino del amor incondicional.

El Nuevo Testamento, la “nueva” Alianza, dice­: La Ley sí, pero la Ley solamente tal como la entendió Jesús.

La Ley sí, pero nunca por encima o en contra del hombre, que es quien, por la encarnación, tiene valor infinito. La Ley sí, pero sólo aquella que queda resumida en el amor y plenificada por él (ver Ro. 13, 9-10).

2. La Alianza como yugo o carga
Nosotros los cristianos nos hemos acostumbrado a considerar la Ley, o los mandamientos, el contenido legal de la Alianza, como una carga dura, como un peso oneroso.

Nunca fue ésa la mentalidad judía al respecto. Las palabras de la Ley, su contenido, fueron siempre consideradas como un honor, como un gran privilegio, concedido al pueblo de Israel, como su mayor honra. Podemos constatar estas afirmaciones leyendo el Talmud.

Por ejemplo­: “Con cuatro cosas se comparan las palabras de la Ley. Con el agua, con el vino, con el aceite y con la leche. Con agua pues da vida al mundo, viste la desnudez del mar y viene en gotas que se vuelven corrientes.

Como agua va a las partes bajas y abandona las alturas. Es causa de frescura y alegría. Da vida al sediento, lava al impuro, refrigera al encendido. Como vino, porque envejece en la vasija y cuanto más viejo es mejor.

Porque es causa de regocijo al hombre y da alegría al mundo. Como miel, porque endulza a los niños y da salud a los enfermos. Como el aceite, porque es medicina y da vida. Leche con miel y con vino es la mejor figura de la Ley” (ver Cant. R. 1, 2 ss.).

“¿Con qué pueden compararse las palabras de la Ley­? Las palabras de la Ley pueden compararse al fuego. Como el fuego vienen del cielo y como el fuego son perdurables.

Si un hombre se acerca mucha a ellas se quema, y si se aleja se hiela. Si son instrumento para su trabajo, salvan al hombre. Si se sirve de ellas como medio de ruina, lo pierden.

El fuego deja la marca en todos los que lo usan. Eso mismo hace la Ley. Cada hombre dedicado al estudio de la Ley lleva impreso el sello de su fuego en sus hechos y en sus palabras” (ver Sifré Deut. Berakha, 343).

3. Los fiadores de la Alianza
Es el pueblo entero de Israel el que se considera fiador de la Alianza con Dios, y así lo leemos en este relato del Talmud­:
“Los israelitas querían encargarse de la Ley, pero Dios exigió de ellos un fiador, para tener la seguridad de que siempre la cuidarían.

--Nuestros piadosos padres, Abraham, Isaac y Jacob son nuestros fiadores, dijo el pueblo.

--No puedo aceptar tales fiadores -respondió el Señor, pues hace mucho que han muerto.

--Toma a los profetas como responsables.

--Aún no han nacido --se negó Dios.
--Toma, entonces, a nuestro hijos.
Alegróse el Señor y dijo­: --Sea bien venida esa fianza. Que vuestros hijos estudien mi Ley y la transmitan a los hijos de sus hijos. Así mi enseñanza nunca caerá en el olvido.”

4. ¿Por qué fueron los judíos los elegidos para esa Alianza-Ley­?
Porque sí. Porque Dios es rico para con los pobres, para con aquellos que no tienen sino a Dios como apoyo. Porque la elección, en su origen, no era mirada como un privilegio, sino como una responsabilidad, como el compromiso para un testimonio ante todos los demás pueblos de la Tierra.

El Talmud expresa así la razón­: “Cuando Moisés llegó a las alturas, los ángeles oficiantes le preguntaron al Santo --bendito sea--­:Señor del universo, ¿qué hace aquí, entre nosotros, un hijo de mujer­? Les contestó­: Ha venido para recibir la Ley.

Los ángeles insistieron­: ¡Cómo­! ¿Este tesoro tan apreciado, que ha permanecido oculto junto a Ti durante novecientas setenta y cuatro generaciones antes de la creación del mundo, ¿lo vas a conceder a seres de carne y sangre­? ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él y el hijo del hombre para que lo cuides­? Señor, Dios nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la Tierra. Has puesto tu gloria sobre los cielos.

El Santo --bendito sea-- le ordenó a Moisés­: Refútalos­; pero Moisés alegó­: temo que me consuman con el ardiente aliento de sus bocas.

Entonces Él le dijo­: Agárrate al trono de la gloria...y (Moisés) le habló­: Señor del Universo, ¿qué hay escrito en la Ley que tú me diste­?­: Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la Tierra de Egipto y (a continuación) les preguntó (a los ángeles)­: ¿habéis estado en Egipto­? ¿habéis sufrido la esclavitud de Faraón­?...¿por qué, pues, ha de ser vuestra la Ley­?
Acto seguido les preguntó­: ¿No está escrito en ella­:No tendrás otros dioses­? ¿Acaso habéis vivido entre pueblos idólatras­?--¿Y qué más hay escrito en ella­? Acuérdate del sábado, para santificarlo. ¿Acaso hacéis trabajos, para que os sea necesario descanso­?...¿Y no está también escrito­: Honra a tu padre y a tu madre­? ¿Tenéis padres y madres­?...Inmediatamente dieron (la razón) al Santo
--bendito sea--, pues está escrito­: Señor, Dios nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la Tierra...”(ver Talmud, Shabbat 88b-89a).

5. ¿Cuál es la esencia de la Ley­?
Este punto fue siempre materia de discusión entre los rabinos y maestros de Israel. Oigamos cómo lo planteaban, según el Talmud, dos de los maestros más prestigiosos de Israel­:
“Un pagano se presentó a Shammay, y le dijo­: Me convertiré al judaísmo si eres capaz de enseñarme toda Ley, la Ley entera, mientras pueda sostenerme sobre un solo pie.

Shamay le rechazó con la regla de constructor que tenía en la mano. Cuando se presentó ante Hillel (con la misma pretensión), éste le contestó de la siguiente manera)­: “Lo que no quieres para ti, no lo quieras para tu prójimo”. Esto es toda la Ley, lo demás sólo es comentario” (ver talmud, Shabbat 31a).

Jesús dirá, después, que la Ley entera se resume en amar a Dios y al prójimo (ver Mt. 22, 35-40).

San Pablo dirá que el que ama al prójimo ya ha cumplido la Ley (Ro.13,8-10­;Gál.5,14­;Col. 3,14). Según Pablo podríamos decir que ya no hay más Ley que la de amar.

6. Las tablas de la Alianza-Ley.
Las dos tablas de la Alianza no fueron, como muchas veces se las ha pintado, dos tablas distintas en las que, en una iban tres mandamientos (“los que tienen que ver con Dios”) y, en la otra, los otros siete (“los que tienen que ver con el prójimo).

Cuando se hacía un contrato entre dos personas, se hacían tres copias exactas del mismo contrato, una para cada uno de los contratantes y la tercera quedaba cerrada y sellada en el templo del dios de los dos contratantes (en el arca de las alianzas). Cuando el pueblo de Israel sella su alianza o pacto con Yavé se hacen dos copias exactas del mismo pacto, una para que el pueblo la tuviera y la leyera, y la otra se depositó en el arca sagrada porque, en este caso, el segundo contratante es Dios y no hace falta una tercera copia para caso de estafa o falsificación del contrato.

El dividir la Ley en dos tablas, una con tres mandamientos y la otra con siete, lo único que hace es permitirnos la separación entre el amor a Dios y el amor al prójimo, como si pudiéramos permanecer fieles y gratos a Dios mientras violamos los otros siete (los que “tienen que ver con el prójimo”). Todos los diez mandatos han sido mandados por Dios y en ellos, todos, pensaban los israelitas, está contenida la Alianza con El. El que viole un mandato que se refiera expresamente al prójimo ha ofendido a Dios al ir contra la voluntad expresa de El y ha roto su Alianza.

7. El arca de la Alianza.
El arca de cada tribu es el sitio, en esa época, un arca, un baúl, en donde se guardaban todos los pactos o alianzas que la tribu hubiera contratado con cualquiera de sus vecinos. De allí que el arca tomara ese nombre. En el Israel posterior, ese baúl, guardado en el templo, se convirtió en una especie de trono o pedestal para Dios. De hecho, se convirtió en un símbolo genial­: Dios manifiesta su presencia allí en donde se guarda (se cumple) su palabra, las tablas de la Ley .

8. Leyes entregadas por Dios a Moisés.
Con el hecho de hacer que Dios mismo escribiera con su dedo las tablas de la Ley se quiso decir algo profundamente teológico y sólo eso­: que la Ley por la que se rige el pueblo de Israel procedía de Dios, que sólo Dios podía dar leyes a su pueblo. Esta idea estaba ya en el ambiente del mundo oriental. El código de Hammurabi (redactado hacia el año 1800 antes de Cristo) fue grabado en varios bloques de piedra destinados a los templos de las principales ciudades de Babilonia. En uno de esos bloques aparece el dios Shamash entregándole el código a Hammurabi. Como se ve, aparecen, ya allí, los elementos esenciales de la tradición bíblica­: leyes procedentes de Dios, grabadas en piedra, entregadas a un legislador (que no es quien las ha hecho), destinadas a conservarse en un recinto sagrado.

9. El rito de la Alianza.
Está descrito en Ex.24,4-8, y preparado por Ex.19,5-25 y 20,18-21. La acción ritual está evidentemente relacionada con los ritos semíticos de participación en una misma sangre, es decir, ritos de comunión en una misma vida­: una sacramentalización de la unión en la vida, porque por el rito de ser bañados en la misma sangre (símbolo visible de la vida, en Israel) se ha producido la unión de las vidas. Por eso, la aspersión de la sangre del sacrificio se hace sobre el altar, que representa a Yavé, y sobre el pueblo congregado.

1 comentario:

  1. Al respecto de este artículo, sólo quiero mencional algunas ideas de Paul Kahn en relación con el aspecto cultural del derecho y como es que éste está involucrado en la concepción de un pueblo:
    El estado de derecho es una práctica social: es una forma de ser en el mundo. Vivir bajo el estado de derecho es mantener un conjunto de creencias sobre el yo y la comunidad, el tiempo y el espacio, la autoridad y la representación.

    Este autor alude a la importancia del estado de derecho como un elemento cultutal en las sociedades y como inside en la idea de identidad de cada uno de sus integrantes.

    Esto podría permitirnos comprender mejor a las distintas sociedades que conforman nuetsro mundo.

    ResponderEliminar